La Revolución de Octubre y el 50º aniversario de la muerte de Stalin

(La Voce n.12 , noviembre de 2002)
domenica 3 novembre 2002.
 

 

La Revolución de Octubre y el 50º aniversario de la muerte de Stalin

 

(La Voce n.12 , noviembre de 2002)

 

 

A poco más de diez años de la desintegración de la Unión Soviética, mientras celebramos el 85º aniversario de la Revolución de Octubre, ha desaparecido toda traza de la euforia con la que la burguesía festejó su victoria. El parte de la guerra de exterminio que la burguesía imperialista lleva a cabo contra las masas populares espanta incluso a distintos representantes de la burguesía. Los discursos nazis de Bush y sus generales, lugartenientes e inspiradores suscitan inquietud hasta entre los de su clase.

Cuando la burguesía imperialista quiere distraer la atención de las masas y calmar la preocupación de éstas a causa de la agravación de la situación económica y política, tiene que recurrir a poner en primer plano la crónica negra... Como si estos macabros hechos no fuesen también producto del marasmo material y espiritual en el que la actual clase dominante ha precipitado a las masas populares. Como si la clase dominante no fuera responsable de que los recursos materiales y espirituales de los que disponemos no sean empleados para crear una sociedad serena, activa y feliz, sino destruidos para satisfacer los vicios, caprichos y sed de lujo y poder de los ricos. Delincuencia, hambre, prostitución, miseria, embrutecimiento, violencia contra mujeres y niños, marginación, droga, precariedad y guerra: este es el balance de la dirección económica, política y cultural de la burguesía imperialista tras “el fin del comunismo". Ninguno de los milagros que anunció a bombo y platillo diez años antes se ha realizado. En lugar de eso, el capitalismo, liberado del peligro comunista, ha mostrado su rostro natural y miles de millones de hombres y mujeres de todo el mundo ven cuán repelente es y necesitan una orientación, organización y dirección para liberarse.

La Revolución de Octubre se ha convertido de nuevo en fuente de reflexión e inspiración para los comunistas y trabajadores avanzados de todo el mundo. Los fracasos de todos los gobiernos reformistas han confirmado que no es posible limpiar el capitalismo de sus rasgos macabros y vergonzosos que ni siquiera los burgueses se atreven a defender. Para liberarse de ellos, es preciso liberarse del capitalismo. Y la burguesía no permitirá que nos liberemos fácilmente del capitalismo sin una lucha encarnizada y de la máxima violencia y sin una revolución que acabe radicalmente con el poder de la burguesía. Esto es evidente y sus  lugartenientes, desde Berlusconi a Bush, lo hacen comprender claramente para atemorizar a las masas. En tanto la burguesía tenga en sus manos el poder político y económico, en ningún país es posible mejorar establemente y a amplia escala las condiciones materiales y espirituales de las masas populares con simples medidas gubernamentales. Lo confirman hoy, como lo confirmó en el pasado la Francia y la España del Frente Popular y el Chile de Allende, los acontecimientos de países como Sudáfrica, Venezuela, Brasil y similares, en los que partidos y personajes progresistas y sus respectivos gobiernos han fracasado o están a punto de hundirse. Si la burguesía no está satisfecha con las medidas de un gobierno, sabotea la economía hasta que la mayoría de las masas populares abandonen a su destino a un gobierno que ni siquiera es capaz de imponer su voluntad a la burguesía. Por su parte, la burguesía, como cualquier clase dominante, goza de un prestigio e influencia moral importantes entre las masas populares. Para derribar a un gobierno progresista la burguesía internacional acude en ayuda de sus lugartenientes locales, con dinero, medidas económicas, diplomáticas y políticas y con amenazas y agresiones militares. Sin humillar a la burguesía y reducir al menos en cierta medida su prestigio e influencia moral, sin privarla de los medios económicos y organizativos que emplea para traducir su influencia moral en movilización política de las masas atrasadas, es imposible que un gobierno lleve a cabo una política favorable a las masas populares. Por esta razón, Cofferati o es un estafador o un aventurero. Si los gobernantes progresistas no aceptan abandonar las promesas que han hecho a las masas, aplicar un programa de gobierno contrario al que se han comprometido ante las masas y por el que les han votado, en suma, si los representantes de los gobiernos progresistas no aceptan traicionar sus compromisos y colaborar con la burguesía, ésta los derrocará porque no están preparados para movilizar a las masas con el fin de derrocarla. Esta movilización de las masas, como confirma la vía de la Revolución de Octubre, es la única vía realista (no fácil, pero posible) para poner fin a las atroces condiciones a las que la burguesía somete a miles de millones de hombres y mujeres. Es la vía que las masas populares tomarán nuevamente tarde o temprano, la vía para la que los comunistas estamos construyendo los instrumentos indispensables.

Es precisamente por esto por lo que hoy se hace apremiante comprender porqué la obra iniciada por la Revolución de Octubre, el primer Estado socialista, los partidos comunistas que siguieron la vía indicada por la Revolución de Octubre y que constituyeron la primera Internacional Comunista y los demás Estados del campo socialista surgidos bajo la estela de la Revolución de Octubre se han hundido casi todos. Se trata de comprender qué debemos hacer para no vernos también abocados a ese mismo destino.

El movimiento comunista ha dado ya una respuesta concluyente a esta cuestión. La burguesía lo oculta y está interesada en ocultarlo. Los oportunistas de todo pelaje la eluden fingiendo estar todavía en busca de ella, muchos simplemente no la conocen.

El hundimiento del campo socialista a comienzos de los años 90 del pasado siglo no ha sido un relámpago en un cielo sereno, un acontecimiento inesperado. Solamente los comunistas dogmáticos no lo vieron así. El más avanzado de los dirigentes del movimiento comunista, Mao Tse-tung, anunció claramente el destino al que se veía abocado el campo socialista. La denuncia del peligro no bastó para impedir el hundimiento porque no existían las condiciones necesarias para invertir el curso de los acontecimientos. Durante decenios, desde finales de los años 50, los revisionistas (Kruschev, Togliatti, Breznev y compañía), gracias a la incomprensión de la realidad por parte de los comunistas sinceros, se hicieron con la dirección de los partidos comunistas y dirigieron los países socialistas y partidos comunistas de una forma que les hizo cada día más débiles frente a la burguesía Esta, por su parte, tenía necesidad de liberarse del "mal ejemplo" que, en cualquier caso, representaban para las clases y pueblos oprimidos, a fin de reconquistar el terreno perdido a partir de la Revolución de Octubre y de liberarse del obstáculo que suponía el campo socialista para su libertad de acción. Los revisionistas imitaban a la burguesía, daban una y otra vez soluciones burguesas a los problemas de los países socialistas y de los partidos comunistas, ahogaban las relaciones sociales comunistas que habían hecho invencibles a los países socialistas frente a todas las agresiones y maniobras de la burguesía internacional y hacían revivir, defendían y reforzaban las viejas relaciones sociales y reglamentaciones burguesas. Bajo su dirección el movimiento comunista perdió la iniciativa al cabo de poco tiempo en el enfrentamiento con la burguesía. El último intento de retomar la iniciativa fue la Revolución Cultural Proletaria en China (1966-1976). Se debilitó gradualmente la fuerza propulsora que el campo socialista ejercía a nivel internacional. El campo socialista se subordinó gradualmente al campo imperialista en el plano financiero, económico, tecnológico, cultural y político. De esta forma los países socialistas se convirtieron en un sin sentido, pasando a ser países en los que las relaciones cotidianas se correspondían de hecho cada vez menos con las instituciones que se habían dado y con los objetivos por los que las masas populares los habían construido y defendido. La propiedad pública era cada vez más pasto de la corrupción y del enriquecimiento individual. Las instituciones socialistas se convertían en excusa y condición para toda arbitrariedad de los que debían dirigirlas. Los partidos que todavía se llamaban comunistas pretendían dirigir a las masas populares como los capitalistas dirigían a sus empleados. Los ideólogos declamaban frases vacías para ocultar, en nombre del comunismo, las malversaciones y supercherías de los nuevos patronos. Actuaban de la misma manera que los curas que hablan del bien común y del paraíso para preparar a las víctimas de los poderosos a quienes sirven. Al cabo de 30 años el campo socialista se encontró a merced de la burguesía imperialista. A comienzos de los años 90 el tinglado se vino abajo. La crisis general del capitalismo le dió el golpe de gracia al extender también sus efectos al campo socialista e hizo imposible continuar el desarrollo gradual y pacífico del proceso de restauración del capitalismo. De ahí la aceleración en la restauración que llevó al hundimiento del campo socialista y dio lugar al marasmo que todavía hoy continúa.

En un país tras otro las instituciones socialistas han sido eliminadas. Quienes han tomado el poder son los miembros del partido más cínicos y corruptos, los grupos criminales crecidos al amparo de los revisionistas, y los canallas nazis y fascistas refugiados en los países capitalistas a medida que la revolución proletaria avanzaba victoriosamente y criados en la emigración anticomunista. A los trabajadores les han dicho que la fiesta se acabó, que sus derechos se acabaron y que se retornaba a los viejos métodos de la "sana economía capitalista". Los trabajadores de los ex-países socialistas pronto se dieron cuenta de cuáles eran esos viejos métodos y desde entonces se ha iniciado también, junto a la miseria y a las vergüenzas y crímenes que están padeciendo, la remontada lenta y penosa que antes o después llevará al renacimiento del movimiento comunista y a una nueva oleada de la revolución proletaria.

Este balance de los países socialistas, basado en un cuidadoso análisis de la experiencia del campo socialista y de las fases sucesivas por las que ha pasado, es un logro del nuevo movimiento comunista y debe ser divulgado, enriquecido, verificado, asimilado y llevado a la práctica. El próximo año se conmemora el 50º aniversario de la muerte de Stalin (5 de marzo de 1953). Ciertamente la burguesía de todo el mundo lo utilizará como pretexto para vomitar injurias y mentiras con las que desde hace años trata de enfangar, con la colaboración de los revisionistas (desde Kruschev a Gorbachov) que han llevado a la ruina al campo socialista durante la segunda mitad del siglo pasado, la memoria de quien fue el dirigente comunista más conocido y amado en el mundo por que personificaba la construcción de la Unión Soviética y los grandes éxitos logrados por el movimiento comunista en la primera mitad del siglo pasado. Los comunistas debemos aprovecharlo para dar a conocer el verdadero balance de los países socialistas y del viejo movimiento comunista. Este balance es necesario para lograr el renacimiento del movimiento comunista y para aportar a éste sabia nueva. También la agitación que realice la burguesía nos proporcionará las ocasiones favorables para atraer la atención sobre el balance de los primeros países socialistas, a fin de que las enseñanzas que aportan para la segunda oleada de la revolución proletaria sean difundidas y asimiladas (1).

 

Tonia N.

 

NOTAS

 

(1) Véase Sobre la experiencia histórica de los países socialistas, Rapporti Sociali n.11 y Los primeros países socialistas de Marco Martinengo, publicados en español en Temas para el debate n.2 y 1, respectivamente.