Sobre la forma de la revolución proletaria

lunedì 17 luglio 2006.
 

¿QUÉ PARTIDO COMUNISTA NECESITAMOS?

Sobre la forma de la revolución proletaria

Sobre la naturaleza del nuevo partido comunista


Sobre la forma de la revolución proletaria

Comenzaremos por la forma de la revolución proletaria, por el modo en que la clase obrera prepara y realiza la conquista del poder, de la que arranca después la transformación socialista de la sociedad (10).

A finales del siglo XIX, a comienzos de la época imperialista del capitalismo, los partidos socialdemócratas de los países más avanzados habían ya realizado su tarea histórica de organizar a la clase obrera como clase políticamente independiente de las demás clases. Habían puesto fin a la época en la que muchas personas de talento o ineptas, honestas o deshonestas, arrastradas por la lucha por la libertad política, por la lucha contra el poder absoluto del rey, de la policía y del clero, no veían la contradicción entre los intereses de la burguesía y los del proletariado. Estos hombres no concebían, ni de lejos, que los obreros pudieran actuar como una fuerza social autónoma. Los partidos socialdemócratas habían puesto fin a la época en que muchos soñadores, a veces geniales, pensaban que bastaba con convencer a los gobernantes y a las clases dominantes de la injusticia y de la precariedad del orden social existente para establecer con facilidad la paz y el bienestar universales sobre la tierra. Soñaban realizar el socialismo sin lucha de la clase obrera contra la burguesía imperialista. Los partidos socialdemócratas habían puesto fin a la época en la que casi todos los socialistas y en general los amigos de la clase obrera veían en el proletariado sólo una plaga social y constataban asustados como, con el desarrollo de la industria, se desarrollaba también esta plaga. Por ello pensaban en la forma de parar "la rueda de la historia" (11). Gracias a la dirección de Marx y Engels los partidos socialdemócratas, por el contrario, habían creado en los países más avanzados un movimiento político, con la clase obrera al frente, que basaba su desarrollo exitoso precisamente en el crecimiento del proletariado y en su lucha por la instauración del socialismo y la transformación socialista de toda la sociedad. Se iniciaba la época de la revolución proletaria (12). El movimiento político de la clase obrera era el aspecto subjetivo, superestructural de la maduración de las condiciones de la revolución proletaria, mientras el paso del capitalismo a su fase imperialista era su aspecto objetivo, estructural.

La clase obrera había ya llevado a cabo algunos intentos de apoderarse del poder: en Francia, en 1848-50 (13) y en 1871 con la Comuna de París (14), en Alemania con la participación a gran escala en las elecciones políticas (15). Era ya posible y necesario saber cómo la clase obrera lograría tomar el poder en sus manos y realizar la transformación socialista de la sociedad. Estaban reunidas las condiciones para afrontar el problema de la forma de la revolución proletaria. En 1895, en la Introducción a la reimpresión de los artículos de K.Marx La lucha de clases en Francia desde 1848 a 1850, F. Engels hizo el balance de las experiencias hasta entonces extraídas por la clase obrera y expresó claramente la tesis de que "la revolución proletaria no tiene la forma de una insurrección de las masas populares que derroca al gobierno existente y en el curso de la cual los comunistas, que participan en ella junto a otros partidos, toman el poder". La revolución proletaria tiene la forma de una acumulación gradual de fuerzas en torno al partido comunista, hasta invertir la correlación de fuerzas: la clase obrera debe preparar hasta un cierto punto "ya dentro de la sociedad burguesa los instrumentos y condiciones de su poder". El desarrollo de las revoluciones en el siglo XX ha confirmado, precisado y enriquecido la tesis de F. Engels (16).

El proceso de la revolución socialista es complejo, tiene sus leyes, se desarrolla en el curso de un cierto tiempo.

Quien dice que la clase obrera no puede vencer, derrocar a la burguesía imperialista y tomar el poder, se equivoca (los pesimistas y oportunistas se equivocan). Los éxitos alcanzados por el movimiento comunista en la primera oleada de la revolución proletaria (1914-1949) han confirmado prácticamente lo que Marx y Engels habían deducido teóricamente del análisis de la sociedad burguesa.

Quien afirma que la clase obrera puede vencer fácilmente y en poco tiempo, derrocar a la burguesía imperialista y tomar el poder, se equivoca (los aventureristas se equivocan: nosotros mismos hemos visto cuál ha sido la obra de los subjetivistas y militaristas). Las derrotas sufridas por el movimiento comunista en la primera oleada de la revolución proletaria (entre otras, en Italia, la del "bienio rojo", 1919-1920 (...), las ruinas provocadas por el revisionismo después que en los años 50 tomase la dirección del movimiento comunista y la derrota sufrida en Italia por las Brigadas Rojas al inicio de los años 80 han confirmado prácticamente también esta tesis.

La clase obrera puede vencer, derrocar a la burguesía imperialista y tomar el poder, pero a través de un prolongado período de aprendizaje, de duras luchas del tipo más variado y de acumular todo tipo de fuerzas revolucionarias, en el curso de un proceso de guerra civil y de guerras imperialistas que durante la crisis general del capitalismo convulsionan el mundo hasta transformarlo. Para conducir con éxito esta lucha, para reducir los errores que se cometen, es preciso comprender la naturaleza del proceso, las contradicciones que lo determinan, las leyes según las cuales se desarrolla.

No por nuestro deseo sino por las propias características del capitalismo, el proceso de desarrollo de la humanidad está planteado en estos términos: o guerras entre las masas populares dirigidas por grupos imperialistas o guerras entre clase obrera y burguesía imperialista. Es un hecho que no podemos eludir con nuestros deseos o por propia voluntad, sino poniendo fin a la época del imperialismo (17); es un hecho evidente que se desprende del estudio de los 100 años transcurridos de la época imperialista y del estudio de las tendencias actuales de la sociedad. La situación es todavía más compleja por el hecho de que la clase obrera, en la guerra contra la burguesía, debe aprovechar las contradicciones entre los grupos imperialistas. Ambos tipos de guerras (la guerra de la clase obrera contra la burguesía imperialista y las guerras entre los grupos imperialistas) en realidad se condicionan y entrelazan (18). El problema es el de cuál prevalecerá. Los comunistas deben actuar de forma que los que se enfrentan sean la clase obrera y la burguesía imperialista, a fin de que a su conclusión la clase obrera pueda emerger como nueva clase dirigente, como la clase vencedora. Por otra parte deben conducir la guerra de forma tal que los grupos imperialistas se destrocen entre sí y no unan y concentren sus fuerzas, al principio superiores, contra la clase obrera. Este es un problema de la relación entre estrategia y táctica en la revolución proletaria. En contraste con la tesis de Engels (que la clase obrera puede llegar a la conquista del poder sólo a través de una gradual acumulación de fuerzas revolucionarias) algunos presentan la revolución rusa de 1917 como una insurrección popular ("asalto al Palacio de Invierno") en el curso de la cual los bolcheviques tomaron el poder. En realidad la instauración del gobierno soviético en noviembre de 1917 estuvo precedida por un trabajo sistemático de acumulación de fuerzas dirigido por el partido, el cual, a partir de 1903, ya se había constituido como fuerza política libre, que existía y operaba con continuidad con vistas a la conquista del poder a pesar de que el adversario pretendiese destruirla y que, por consiguiente, se había hecho una fuerza política indestructible para el adversario; estuvo precedida por el trabajo más específico hecho entre febrero y octubre de 1917, siendo seguida por una guerra civil y contra la agresión imperialista concluida en 1921, aunque sólo en un cierto sentido porque el intento de la burguesía imperialista de ahogar a la Unión Soviética prosiguió con las prolongadas y múltiples maniobras antisoviéticas de los años 20 y 30 y con la agresión nazi de 1941-1945. La revolución rusa de 1905 tuvo más la forma de una explosión popular no precedida por la acumulación de fuerzas en torno al partido comunista; pero no por casualidad no había llevado a la victoria (19). Una confirmación ejemplar de la justeza y de la profundidad de la teoría de Engels la proporciona, en Italia, la historia del "bienio rojo" (1919-1920). La fallida acumulación de fuerzas revolucionarias en el período precedente, la "insuficiencia revolucionaria" del PSI como ha sido llamada, impidieron transformar en revolución socialista la movilización de las masas que a pesar de esto estaba en buena medida orientada por el PSI (adherido a la Internacional comunista) y por la Revolución de Octubre y en la cual muchos eran hombres que en el curso de la Primera guerra mundial, apenas acabada, se habían adiestrado en el uso de las armas y para la guerra. Algunos sostienen que la culpa del fallido éxito hay que atribuirla a los jefes reformistas (Turati, Treves, Modigliani, D’Aragona, etc.) presentes en el PSI y que estaban a la cabeza de la CGL. Otros sostienen que en general faltaron los jefes revolucionarios. E incluso hay quiénes mantienen que la movilización de las masas no tuvo un carácter suficientemente amplio y revolucionario... hasta el punto que permitiera no tener necesidad de dirigentes. El hecho es que todo el movimiento socialista y sindical italiano se había desarrollado solamente en todos los campos a los que los revisionistas y reformistas, también teóricamente y en los hechos el grueso de la mayor parte de los partidos de la Segunda Internacional, reducían el trabajo socialista, mientras que en los demás campos no había desarrollado más que grandes y generosas aspiraciones y grandilocuentes declaraciones y programas. Era un movimiento capaz de multiplicar y ganar votos en las elecciones, de aumentar el número de representantes elegidos, de crear periódicos, cooperativas, organizaciones sindicales, asociaciones culturales, etc., pero incapaz de tener también un solo destacamento de hombres armados o algunos de los otros instrumentos de poder de los que se sirve la clase dominante para su dominación y de los que detenta el monopolio por ley. Todo el movimiento socialista y sindical italiano era rico en experiencias de lucha reivindicativa y en iniciativas toleradas por la ley, pero incapaz de acumular cualquier experiencia en los campos sobre los que la clase dominante se reservaba el monopolio. Se salía de los límites impuestos por las leyes del Estado burgués sólo a causa de iniciativas episódicas, extemporáneas, instintivas y limitadas, en los tumultos o en los enfrentamientos callejeros provocados por la indignación de las masas y por las provocaciones de las fuerzas represivas. Eran episodios que arrastraban a partes más o menos amplias del movimiento socialista, pero a los que era ajena su dirección que de esta forma no se preparaba para desarrollar su cometido específico ni en el plano estratégico ni en el plano táctico. Los reformistas no querían la revolución y trataban de evitarla con todas sus fuerzas, mientras que los maximalistas (G.Menotti Serrati, etc.) no sabían qué hacer para pasar de las reivindicaciones a la revolución y a veces se mostraban dispuestos a mantenerse al margen. Pero ni siquiera los comunistas (Gramsci, Bordiga, Terracini, Tasca, etc.) sabían qué hacer. Estos alentaban e impulsaban el movimiento de masas y querían que "el partido", que ellos no dirigían ni aspiraban a dirigir, encabezase una revolución en la que nunca ninguno había pensado y menos aun experimentado los pasos a través de los cuales debía desarrollarse y prepararse (20). Cuando en la reunión de la Dirección del PSI y del Consejo General de la CGL, del 9-10 de septiembre de 1920 en Milán, le preguntan a Tasca y Togliatti (que participaban en ella como representantes de los obreros turineses que ocupaban las fábricas) si los obreros estaban en condiciones de iniciar una salida ofensiva de las fábricas, tuvieron que admitir que no, que no estaban en condiciones. De forma análoga sucedieron las cosas también durante la huelga general y el cierre patronal de abril de 1920 cuando en el Consejo Nacional del PSI, reunido en Milán el 20-21 de abril, Tasca y Terracini participaron como portavoces de los obreros turineses. Más de una vez en años sucesivos A.Gramsci tendría que reconocer que no estaban en modo alguno preparados para una ofensiva con posibilidades de éxito, que no sabían por dónde comenzar una acción para la conquista del poder y que pedían... que lo hiciese "el partido". Todo el movimiento socialista italiano se caracterizaba, por una parte, por el izquierdismo y el maximalismo en el plano táctico, en las iniciativas aisladas fruto frecuentemente de la improvisación y de la indignación de individuos y grupos a los que el partido no daba ni adiestramiento práctico ni orientaciones políticas e ideológicas y menos aún directrices y, por otra parte, por el reformismo en la estrategia para el que los objetivos generales del movimiento consistían siempre en reivindicaciones que la dirección planteaba al gobierno o al Estado burgués que por su naturaleza ni querían ni podían satisfacerlas. No hubo en el PSI ninguna iniciativa de partido ni ninguna directriz relativa al armamento y adiestramiento en el uso de las armas y en operaciones militares: todo cuanto se hizo en el plano del armamento fue resultado de iniciativas individuales y el adiestramiento era resultado de iniciativas individuales o bien del servicio militar que los trabajadores prestaban en las fuerzas armadas de la burguesía: esto demostraba, entre otras cosas, que el partido no se preocupaba de la elaboración de concepciones militares tácticas y estratégicas adecuadas al carácter de la clase obrera y de las otras clases populares, distintas de las de la burguesía y derivadas de la experiencia militar que las masas habían logrado en el curso de tumultos, revueltas, enfrentamientos callejeros. Es conveniente recordar que las dos mayores pruebas de fuerza del bienio (la huelga general de abril y las ocupaciones de fábricas de septiembre de 1920) se iniciaron por iniciativa de la patronal y que la respuesta a su iniciativa fue decidida por los organismos dirigentes de la FIOM, a la vista de la falta de preparación del PSI para toda acción revolucionaria (21).

La falta de acumulación de fuerzas revolucionarias, de un proceso en el curso del cual la clase obrera hubiese preparado hasta un cierto punto ya dentro de la sociedad burguesa los instrumentos y las condiciones de su poder, resulta evidente como causa de la derrota también en el caso de las revoluciones alemana, austríaca, finlandesa, húngara del 1918-1919: estas revoluciones populares llevan a la desaparición del viejo Estado, pero no a la instauración de un nuevo Estado, lo que la burguesía aprovechará para reformar el viejo aparato estatal en crisis. Lo mismo se desprende de los acontecimientos de las demás agudas crisis políticas (Polonia, Bulgaria, Rumania, Checoslovaquia, Yugoeslavia, Turquía, USA, Inglaterra, Francia, etc.) que marcan el final de la Primera guerra mundial y años inmediatamente posteriores.

También la historia europea posterior del siglo XX confirma las observaciones de Engels. Fundamentalmente es la historia de la guerra entre clase obrera y burguesía imperialista. Todas las crisis políticas burguesas y las contradicciones entre grupos y Estados imperialistas han estado condicionadas por esta guerra tácita. Sin embargo los partidos comunistas no afrontan la situación en estos términos.

En los años 30 y 40 la consigna de los grupos imperialistas franceses ante el surgimiento del nazismo en Alemania y su expansión en España, Checoslovaquia, etc., fue la consigna de "Mejor Hitler que los comunistas". "Mejor Hitler que el bolchevismo", "Mejor los japoneses que los comunistas" fue la regla de los grupos imperialistas ingleses y americanos. El alineamiento de los "Estados democráticos" (USA, Inglaterra, Francia) contra el gobierno republicano durante la guerra civil española (1936-39) estuvo determinado por el mismo motivo. La burguesía imperialista finalmente, no obstante la guerra en curso entre los grupos imperialistas, condujo la Segunda guerra mundial en clave anticomunista, con el objetivo de aplastar el movimiento comunista en Europa, el movimiento antiimperialista de liberación nacional en las colonias y semicolonias y de asfixiar a la Unión Soviética. Estratégicamente, la contradicción entre la burguesía imperialista y la clase obrera era antagónica, al tiempo que la contradicción entre los grupos imperialistas era secundaria aunque también fuera antagónica. En el plano táctico la relación entre ambas contradicciones fue variable durante toda la Segunda guerra mundial.

Si buscamos hoy una respuesta a la pregunta de "por qué durante la primera crisis general del capitalismo los partidos comunistas de los países imperialistas no consiguieron guiar a las masas populares hasta la conquista del poder y a la instauración del socialismo, la respuesta que extraemos del balance de la experiencia es la de "porque no comprendieron que la forma de la revolución socialista era la guerra popular revolucionaria prolongada". A causa de esta incomprensión en unos casos malgastaron sus fuerzas en insurrecciones derrotadas (Hamburgo - octubre de 1923, Tallin - diciembre de 1924, Cantón -diciembre de 1926, Shangai - octubre de 1926, febrero de 1927, marzo de 1927), en otros se vieron sorpendidos por la iniciativa de la burguesía y sus provocaciones (Alemania 1919, Hungría 1919, Italia 1920, Austria 1934, Asturias 1934) o bien mantuvieron una línea incierta y contradictoria (Alemania 1933, España, en 1936-39).

Los límites de los partidos comunistas en los países imperialistas durante la primera crisis general (1910-1945) se reducen en síntesis a la incomprensión de la forma de la revolución socialista, a no haber comprendido (y traducido en acción política su comprensión) que la guerra civil entre la clase obrera y la burguesía imperialista era la forma principal asumida por la lucha de clases en aquellos años. Los partidos comunistas de los países imperialistas no se situaron nunca en este terreno como su terreno estratégico principal, desde y en función del cual desarrollar todo su trabajo, incluso el pacífico y legal. Afrontaron con fuerza y heroísmo la clandestinidad y la guerra cuando el adversario se las impuso (en Italia y Yugoeslavia en 1926, Portugal en 1933, Alemania en 1933, etc.), pero como un acontecimiento extraordinario, como una pausa en un proceso que "debía" desarrollarse de otra manera. Entonces también los comunistas pensaban que la revolución proletaria asumía la forma principal de guerra en las colonias y semicolonias, no en los "civilizados" países imperialistas, aunque la burguesía había ya demostrado en diversas ocasiones que era capaz de arrasar ciudades y países, de pasar por las armas a decenas de miles de hombres desarmados, de recurrir a cualquier medio con tal de conservar su poder, de preferir la ocupación extranjera ("mejor Hitler que el comunismo") al poder de la clase obrera. La historia de Francia en 1935-40 es ejemplar. A pesar de todo J.Duclos, uno de los más importantes representantes del PCF de aquellos años junto a M.Thorez, resumía así los objetivos del partido comunista en Francia, en 1935: "plantear como objetivo del movimiento obrero la lucha defensiva y la ampliación de las libertades democráticas frente al fascismo" (22). La línea del Frente único proletario y del Frente popular antifascista (aprobada por el VII Congreso de la Internacional Comunista, agosto de 1935) fue aplicada en los países imperialistas como línea de alianza con fuerzas políticas y sindicales y con clases sin tener en cuenta la independencia del partido ni asegurar su dirección en el Frente. Por consiguiente llevó al partido comunista a ser continuamente chantajeado por los partidos socialdemócratas y burgueses, a depender para las acciones de masas, en cierta medida y en algunos períodos, de la colaboración de los dirigentes y partidos socialdemócratas y reformistas, a subordinar su iniciativa a su consenso, a plantearse tareas cuya realización dependía de su apoyo, a no asumir en primera persona la dirección y a no concebir el movimiento como una guerra.

El hundimiento del Estado francés, mayo-junio 1940, la desaparición de varios Estados nacionales ante el avance de Hitler después de 1938 (Checoslovaquia, Austria, Polonia, Bélgica, Holanda, Dinamarca, Noruega, Yugoeslavia, Grecia, etc.), el hundimiento del fascismo en julio de 1943 en Italia, etc., no sólo no llevaron a la instauración de la dictadura del proletariado, sino que el partido comunista no estuvo ni siquiera en condiciones de dar una dirección a las fuerzas populares que el hundimiento del viejo Estado liberaba: porque no estaba en condiciones de ponerse a la cabeza del movimiento político en la nueva situación, no se había preparado ni acumulado experiencias y estructuras para dirigir la guerra, no había concebido la forma de la revolución proletaria según su naturaleza real, no se había liberado suficientemente, en la práctica y no sólo en las declaraciones, de la concepción válida para los tiempos de la Segunda internacional (de partido más a la izquierda de los partidos de la sociedad burguesa, de partido que lucha por defender los intereses de la clase obrera en la sociedad burguesa, de portavoz de su sector más avanzado en la sociedad burguesa). Será sólo después, en el curso de la Segunda guerra mundial, cuando poco a poco los partidos comunistas asumirán en cierta medida la dirección de las masas populares en la guerra contra el nazi-fascismo, en la Resistencia.

En Italia, hasta septiembre de 1943, no existió una línea de partido encaminada a desplazar su actividad al plano militar. Comunistas aislados, por propia iniciativa, recuperan armas de los cuarteles que permanecen durante algunos días abandonados o escasamente guarnecidos; durante algunas semanas el partido no da directrices a los soldados que se dispersan, a causa de la vergonzosa deserción del rey y de gran parte de los oficiales, ni organiza nada. Sólo en el transcurso del mes el partido comienza a desarrollar su tarea de promotor, organizador y dirigente de la guerra antifascista con los importantes resultados que conocemos. Por primera vez en su historia las masas populares italianas ven ponerse manos a la obra a un partido comunista que dirige sobre el plano estratégico y táctico una amplia acción política (que comprende también su aspecto militar): por esto justamente hemos dicho que la Resistencia ha sido "el punto más alto alcanzado hasta ahora en nuestro país por la clase obrera italiana en su lucha por el poder".

Haciendo el balance de la experiencia de la guerra civil española (1936-39), el Partido Comunista de España (reconstituido) ha llegado a la conclusión de "señalar la vía de la guerra popular revolucionaria prolongada como la vía hacia la cual conducía la experiencia del PCE, pero que el PCE no descubrió". Es en este límite, que el PCE no logró superar, en el que el PCE(r) ve la causa principal de la derrota de las masas populares españolas (23).

Para que el hundimiento de un Estado lleve a la instauración de la dictadura del proletariado es preciso que sea precedida por un período de "acumulación de las fuerzas revolucionarias en torno al partido comunista" y que la quiebra del Estado burgués se produzca en el curso de un movimiento dirigido por el partido (avance del Ejército Rojo en Europa Oriental en 1944-45, la China de 1949; Cuba en 1959; los tres países de Indochina en 1975). Mao Tse-tung ha desarrollado de forma profunda los aspectos universalmente válidos de la acumulación de fuerzas revolucionarias en torno al partido comunista en el partido mismo, en el frente de las clases revolucionarias y en las fuerzas armadas revolucionarias y ha calificado de guerra popular revolucionaria prolongada a este proceso en el que las fuerzas que el curso de la vida social genera gradualmente son recogidas poco a poco por el partido comunista que las educa adiestrándolas en la lucha (según el principio de "aprender a cambatir combatiendo"), las organiza, las une de manera que crezcan hasta hacer prevalecer sus fuerzas sobre las de la burguesía imperialista (24).

Mao ha estudiado y señalado también las grandes fases a través de las cuales se desarrolla la guerra popular prolongada.

La fase de la defensiva estratégica: las fuerzas de la burguesía son aplastantemente superiores, las fuerzas revolucionarias débiles; el objetivo del partido es el de recoger, adiestrar y organizar las fuerzas y de prepararlas para la lucha evitando verse obligado a un enfrentamiento frontal y decisivo y tratar de preservar y acumular sus fuerzas; la burguesía busca el enfrentamiento decisivo, el partido lo evita manteniendo la iniciativa en el plano táctico.

La fase de equilibrio estratégico: las fuerzas revolucionarias han alcanzado el nivel de las fuerzas de la burguesía imperialista.

La fase de la ofensiva estratégica: las fuerzas revolucionarias han logrado la superioridad con respecto a las de la burguesía; el objetivo del partido es el de lanzar a las fuerzas revolucionarias al ataque para eliminar definitivamente las fuerzas de la burguesía y tomar el poder.

Obviamente como comunistas italianos nos compete el conocer, mediante la reflexión y la verificación práctica, los pasos y leyes concretas de la revolución en nuestro país. Pero nosotros encontramos ilustradas en las obras de Mao Tse-tung las leyes universales de la guerra popular revolucionaria de carácter prolongado, elaboradas sobre la base de la experiencia de la primera oleada de la revolución proletaria y confirmadas por diversos episodios que la acompañan.

El maoísmo no es el marxismo-leninismo aplicado a China y a las semicolonias o a las colonias y semicolonias. Es la tercera etapa superior del pensamiento comunista, tras el marxismo (Marx-Engels) y el leninismo (Lenin-Stalin). Justamente Stalin en Lecciones sobre el leninismo (1924) señalaba que el leninismo no era la aplicación del marxismo a Rusia y a los países atrasados, sino que era el marxismo de la época en la que comenzaba la revolución proletaria. No era ya posible ser marxista sin ser leninista. Igualmente hoy no se puede ser marxista-leninista sin ser maoísta: lo que quiere decir no tener en cuenta la experiencia de la primera oleada de la revolución proletaria, de la que obviamente Lenin no pudo hacer el balance. Pero todos los intentos de afirmar el maoísmo como tercera etapa superior del pensamiento comunista se empantanan en discursos y reflexiones etéreas si no se apoyan sobre la tesis de que "la guerra popular revolucionaria prolongada es la forma universal de la revolución proletaria". Esta tesis emerge claramente de los artículos Por el marxismo-leninismo-maoísmo, Por el maoísmo y Sobre la situación revolucionaria en desarrollo publicados en Rapporti Sociali nº9/10 (1991), a los que remitimos para algunos desarrollos particulares.

Mao Tse-tung no criticó en los años 30 y 40 la concepción de la revolución proletaria que prevalecía en los partidos comunistas de los países imperialistas, si bien consideró su línea de "ampliación de la democracia" (para la cual remitimos a la afirmación de J.Duclos antes mencionada) como línea normal en sus circunstancias (salvo criticar a los comunistas chinos que querían adoptar también en China la consigna del PCF "Todo a través del frente", negando así la independencia del Partido Comunista chino en el Frente antijaponés). Esto forma parte del mismo orden de cuestiones por las que Lenin defendió la organización estratégica clandestina del partido en nombre de la particularidad rusa hasta que la bancarrota de la Segunda Internacional en 1914 demostró prácticamente su necesidad universal. El marxista extrae de la práctica las enseñanzas que ésta contiene, no inventa teorías. Las ideas deben ser demostradas en la práctica, en negativo o en positivo, antes de ser rechazadas unas y aceptadas otras. Los partidos comunistas de los países imperialistas durante la primera crisis general del capitalismo han realizado grandes cosas, han movilizado grandes masas y han aportado una contribución importante a la victoria contra el nazifascismo. Era necesario que los límites de todo este gran trabajo se mostrasen en la incapacidad de valorar los frutos de la victoria sobre el nazifascismo y de asumir el poder, para que pudieran ser comprendidos y criticados y para que la teoría maoísta, bajo la forma universal de la revolución proletaria, formase parte del patrimonio teórico del movimiento comunista.

La realidad del desarrollo de la revolución proletaria en el período 1914-45 ha mostrado, también en los países imperialistas, que los partidos comunistas han unido a la clase obrera y han asegurado la dirección de la misma sobre otras clases populares cuando y en la medida en que han sabido organizar a las masas populares en la guerra contra el régimen existente de la burguesía imperialista. Mientras su acción estaba centrada en el intento de convencer a socialdemócratas, católicos, etc., de constituir un frente común de oposición legal, un frente común reivindicativo, un frente común antifascista, ha obtenido escasos resultados. Sin embargo, cuando se han puesto a la cabeza de la guerra a la que las condiciones prácticas obligaban a las masas, han dirigido a trabajadores católicos, socialistas, sin partido, etc., y han obligado también a sus dirigentes a seguirles.

Pero, ¿acaso debemos proclamar los comunistas una guerra que no existe, para asegurar en el curso de la misma la dirección de la clase obrera? Cuando decimos que la crisis general actual tiene su solución en la contradicción entre movilización revolucionaria y movilización reaccionaria de las masas, queremos decir que el enfrentamiento entre las clases y el enfrentamiento entre los grupos imperialistas se plantean cada vez más en el terreno de la guerra. Dejando aparte las guerras declaradas, se está produciendo una guerra no declarada, por una parte, entre la burguesía imperialista que quiere y tiene que valorizar su capital y que con este fin debe aplastar y torturar a millones de hombres y mujeres, y por otra las masas populares que se defienden como pueden y en orden disperso. La burguesía combate a su modo, utilizando los medios de que dispone (el dinero, las leyes "objetivas" de la economía, las relaciones sociales "normales", la autoridad moral de patronos y curas, la presión de los hábitos y cultura corrientes, las armas, la burocracia del Estado, las organizaciones extralegales, las instituciones del Estado, etc.) para arrojar como "sobrantes" a millones de hombres y mujeres, para privar de las condiciones elementales de vida, de alimentos, vivienda, vestido, instrucción, atención médica, etc.-, a millones de hombres, para despojar a millones de hombres de todo cuanto habían conquistado, para aplastar los intentos de emancipación y de organización, para eliminar a los dirigentes que tratan de impulsar, organizar y dirigir la resistencia. A nivel mundial las víctimas de esta guerra difusa y no declarada son innumerables, mayores que las de todas las guerras declaradas que se desarrollan al mismo tiempo, si es verdad que sólo los muertos por hambre son de 30 millones al año. También en los ricos países imperialistas las víctimas de esta guerra son millares de hombres y mujeres marginados como sobrantes, destruidos moral y físicamente, embrutecidos, pervertidos, prostituidos, de mil formas vejados y humillados. Es la famosa "lucha de clases que ya no existe" en las interesadas declaraciones de la burguesía imperialista y de sus portavoces. Una lucha que como comunistas debemos asumir como propia, reconocer, descubrir sus leyes, prepararnos para acometerla con éxito llevando sobre el campo de batalla las fuerzas que el curso de la vida social y el mismo desarrollo de la lucha generan. Por nuestra parte debemos emprenderla a nuestro modo: de acuerdo con la clase que la debe dirigir, con las clases que la deben acometer y de las que provienen nuestras fuerzas, de acuerdo con las complejas condiciones de las relaciones entre las clases de nuestro campo y las influencias recíprocas entre nuestro campo y el campo enemigo.

El problema, por consiguiente, es estar presentes y ser protagonistas en esta guerra, de no dejarse sorprender por los acontecimientos, de orientar nuestro trabajo de hoy con vistas a este curso inevitable, de mantener la iniciativa aunque la correlación de fuerzas esté hoy ampliamente a favor de nuestros adversarios y comprender las leyes particulares de esta guerra (que no son las de la guerra en general ni las de las guerras pasadas ni las de la guerra entre grupos imperialistas). Este es el terreno del enfrentamiento real. Sobre este terreno se decide la partida. En función de este terreno han de ser conducidas todas las operaciones. Es preciso establecer una justa jerarquía estratégica entre nuestras operaciones y después, paso a paso, definir la jerarquía táctica. No se trata hoy principalmente de propagar la necesidad de la guerra, de convencer con nuestra propaganda a la clase obrera y a las masas populares para que se preparen para la guerra. No se trata principalmente de "elevar la conciencia" de las masas con nuestra propaganda. Se trata sobre todo de crear un partido que trabaje y sea capaz de trabajar en función de la guerra y que desde esta posición dirija e impulse también la lucha de las masas a favor de la paz contra la guerra imperialista, a la cual la burguesía, con todas sus medidas concretas, nos está arrastrando aunque la tema y se retraiga, temerosa de pasadas experiencias. Lógicamente para lograr esto es preciso, por un lado, que aprendamos a ver que efectivamente la burguesía imperialista, con sus medidas concretas en el campo económico, político y cultural, está llevando hacia la guerra imperialista (la movilización reaccionaria de las masas) y está conduciendo una guerra de exterminio contra las masas populares. Quien no vea esto claramente, o se aferra a las ilusiones oportunistas y conciliadoras ("no se producirá ninguna guerra") o "proclama la guerra".

Para evitar equívocos y vistos los precedentes de las Brigadas Rojas que pasaron de la propaganda armada, para reunir las condiciones de la reconstrucción del partido comunista, a una "guerra desplegada" que sólo existía en la imaginación de los militaristas (de ahí que se quedasen solos, abandonados por las masas, hasta llegar a la disgregación y corrupción de las fuerzas que habían ya acumulado), es preciso decir que la guerra, en cuanto forma principal de la revolución proletaria, es una guerra particular, diferente de las guerras que la humanidad ha conocido en siglos precedentes. Es una guerra de nuevo tipo porque tiene un objetivo distinto a todas las guerras precedentes: la conquista por parte de la clase obrera de la dirección de las masas populares en la movilización contra la burguesía imperialista por la instauración del poder de la clase obrera y el socialismo. Se desarrolla bajo formas propias. La comprensión de las formas particulares de esta guerra en nuestro país, la elaboración y aplicación de líneas y métodos conformes a ellas y su dirección constituyen el cometido específico del nuevo partido comunista.


Notas:

10. Sobre la forma de la revolución socialista, ver págs.14-15 y págs.38-44 de CARC, F.Engels/10, 100, 1000 CARC por la reconstrucción del partido comunista, 1995, Ediciones Rapporti Sociali.

11. Sobre estos temas ver F.Engels, La evolución del socialismo de la utopía a la ciencia, 1882, Ediciones Rapporti Sociali.

12. Lenin, Federico Engels, 1895, en Obras completas, vol.2.

13. K.Marx, Las luchas de clases en Francia desde 1848 a 1850, 1850, en Obras, vol.10.

14. K. Marx, La guerra civil en Francia, 1871 y F.Engels, Introducción, 1891.

15. F.Engels, Introducción a “Las luchas de clases en Francia desde 1848 a 1850" de K.Marx, 1895, en Obras, vol.10.

16. Los revisionistas desde comienzos del siglo XX (E. Berstein y cía) y los revisionistas modernos (Kruschev, Togliatti, etc.) han tratado repetidamente de “poner de su parte" la Introducción de Engels de 1895. “¿Acumulación gradual de las fuerzas revolucionarias dentro de la sociedad burguesa? ¡Desde luego!. Ahí están nuestros grupos parlamentarios cada vez más numerosos, hábiles e influyentes, escuchados por el gobierno, nuestros votos en progresión de elección en elección, nuestros sindicatos en los que están inscritos millones de trabajadores y que ministros e industriales escuchan e interpelan con respecto, nuestras florecientes cooperativas, nuestras buenas casas editoriales, nuestros diarios y revistas de gran tirada, nuestras manifestaciones de todo tipo cada vez más concurridas, nuestras asociaciones culturales que agrupan a la flor y nata de la intelectualidad del país, nuestra amplia red de contactos, nuestra presencia en puestos influyentes, nuestra influencia en todas las categorías sociales. ¡He aquí la acumulación de fuerzas revolucionarias que nos capacita para gobernar¡". Es demasiado forzado hacer decir estas cosas a Engels que, a pesar de no haber visto todo lo que ha sucedido en el siglo XX, alertó contra las falsas ilusiones, advirtió que el progreso electoral del partido socialdemócrata alemán, señal del avance del socialismo entre la clase obrera alemana y de su creciente hegemonía sobre las masas populares, no continuaría hasta el infinito, señalando que la burguesía “subvertiría su misma legalidad" cuando ésta la hubiese puesto en dificultades. Pero el problema principal no es “lo que Engels ha dicho verdaderamente". El problema principal es que los hechos, la realidad y los acontecimientos han demostrado una y otra vez que las fuerzas acumuladas de las que hablan los revisionistas se han evaporado como la nieve al sol en cada enfrentamiento agudo y en cada crisis aguda de la sociedad cuando se ha puesto a la orden del día la conquista del poder, allí donde estaban dirigidas por los revisionistas y eran las únicas o las principales “fuerzas revolucionarias" que la clase obrera había acumulado (basta recordar la Italia de 1919-20, la Indonesia de 1966, el Chile de 1973). Ellas han podido servir a ese objetivo sólo cuando eran las ramas legales, el brazo legal de un partido y de una clase obrera que venía acumulando de otra manera las verdaderas y decisivas fuerzas revolucionarias (basta citar la Rusia de 1917).

17. No es una casualidad que repetidamente se vea a pacifistas declarados convertirse en defensores de la guerra en el curso de los acontecimientos. Es llamativo el caso de G.Sofri, convertido en defensor de la intervención militar de los imperialistas yanquis y europeos en los Balcanes. Las cosas suceden de tal forma, a pesar de la voluntad de los pacifistas, que o bien éstos se alinean contra las causas que determinan el curso de las cosas (el imperialismo) o bien se alinean con una de las partes en guerra, justificando de una u otra forma el abandono de su pacifismo. Su pacifismo no puede cambiar el curso de los acontecimientos y por consiguiente es el curso de los acontecimientos el que cambia su pacifismo. El pacifismo no es una “tercera vía". En algunos es un estadio transitorio hacia un posicionamiento revolucionario o contrarrevolucionario con respecto a la guerra imperialista, en otros es una política para impedir que las masas populares tomen las armas contra la burguesía imperialista: predican el desarme y la paz a las masas desarmadas a fin de dejar el campo libre a la burguesía imperialista que está armada hasta los dientes y continúa armándose. Exponente típico de esta segunda especie de “pacifismo" es el Papa Woityla.

18. Fue ejemplar al respecto la Segunda guerra mundial. Ella fue al mismo tiempo una guerra entre grupos imperialistas y una guerra entre la clase obrera y la burguesía imperialista. La contradicción entre los dos aspectos ha caracterizado la naturaleza, la marcha y el desenlace de la Segunda guerra mundial. Entre los que no comprenden esta contradicción o que la niegan por interés político, hay algunos que destacan unilateralmente un aspecto (guerra interimperialista) y otros otro (guerra de clase), pero tanto unos como otros se dan de bruces con los hechos y se pierden en una maraña de contradicciones lógicas de las que no aciertan a salir.
Sobre esta contradicción que caracteriza a la Segunda guerra mundial, ver el artículo de M.Martinengo El movimiento político de los años treinta en Europa, en Rapporti Sociali n.21, 1999.

19. Lenin, Informe sobre la revolución de 1905, 22.1.1917, en Obras completas, vol.23.

20. Hay que señalar, en cambio, que los mismos estaban seguramente preparados y capacitados para poner a punto un plan para una huelga general, para fundar una cooperativa, organizar una editorial, dirigir una campaña electoral, etc. En suma para todos aquellos campos en los que se venía desenvolviendo hasta entonces la actividad del movimiento socialista y sindical italiano y la de gran parte de los partidos de la Segunda internacional.

21. Ver a este respecto: las dos cartas (10 de enero y 2 de abril de 1924) de A.Gramsci a Z.Zini publicadas en Rinascita n.17, 25 de abril de 1964; el capítulo 6 de la Historia del Partido comunista italiano de P.Spriano, vol.1; los capítulos 14 y 15 de R.Del Carria, Proletarios sin revolución.

22. Del Prefacio de J.Duclos del 1972 a las Obras Escogidas de G.Dimitrov, Ediciones Sociales, págs.21-22.
La Dirección de la Internacional comunista mantuvo una posición indefinida acerca de la forma de la revolución socialista. Durante cierto tiempo pensó que, en algunos países de Europa occidental (en particular Italia y Alemania), la clase obrera lograría tomar el poder con partidos comunistas improvisados o con partidos que, como el PSI, se habían adherido, sólo formalmente, a la Internacional comunista. En una segunda época trató de promover movimientos insurreccionales que fracasaron: expresión de esta tendencia es la publicación de La insurrección armada de A.Neuberg. En un tercer momento (1935-VII Congreso) lanzó la línea de los Frentes populares antifascistas de la que cada partido dio interpretaciones muy diferentes. La concepción de la revolución socialista como insurrección (como conquista del poder mediante una acción de breve duración - cosa diferente es la insurrección como operación táctica en el marco de una guerra, como las insurrecciones de la primavera de 1945 en Italia), encierra al partido comunista en una situación en la que la conquista del poder por parte de la clase obrera se hace imposible, salvo casos excepcionales. Efectivamente, en el período precedente a la insurrección, el partido y las fuerzas revolucionarias adquieren grandes experiencias, pero en campos que tienen poco que ver directamente con la conquista del poder. Las experiencias del Partido van más allá de las actividades legales (que precisamente tienen poco que ver directamente con la conquista del poder y con la instauración de un Estado), solamente en casos limitados y ocasionales, bajo el impulso de la emoción, en tumultos o enfrentamientos callejeros, en acciones autónomas de individuos o pequeños grupos, ante las provocaciones de las fuerzas represivas o bien como resultado de la indignación. En ningún caso se trata de operaciones militares coordinadas y combinadas de una guerra iniciada y dirigida por el partido, ni de operaciones tácticas encuadradas en un plan militar diseñado por el partido, en el que nuestras fuerzas llevan la iniciativa y de la que extraen atentamente los resultados y enseñanzas. Este partido y las fuerzas revolucionarias acumuladas en torno a él, que no tienen ninguna experiencia militar y que no han sido adiestradas por una experiencia práctica en el arte de la ofensiva, en la guerra, en la organización y dirección de los hombres en el combate, ¡deberán improvisarse como fuerzas capaces para una acción rápida y enérgica cuyo desenlace se decide en pocos días, si no en pocas horas, como sucede en el caso de una insurrección!

23. PCE(r), La guerra de España, el PCE y la Internacional comunista, 1993-1995, Ediciones Rapporti Sociali.

24. Mao Tse-tung, Sobre la guerra prolongada, 1938, en Obras de Mao Tse-tung, Ediciones Rapporti Sociali, vol.6.