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La interpretación de la actual crisis determina la actividad
de los partidos comunistas

Artículo de Nicola P., miembro de la redacción de La Voce, para el N° 36 de  International Newsletter (febrero de 2010), órgano de la ICMLPO (Conferencia Internacional de Organizaciones y Partidos Marxistas-Leninistas)

La interpretación de la actual crisis determina la actividad
de los partidos comunistas

 

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Es muy importante, o mejor dicho, indispensable que los comunistas comprendamos de manera correcta la naturaleza de la actual crisis. En la 11ª de las Tesis sobre Feuerbach (1845) dice Marx: “Los filósofos han dado diversas interpretaciones del mundo. Pero se trata de transformarlo”. Sin embargo, en el «Manifiesto del Partido Comunista» (1848) dice Marx que los comunistas se distinguen de otros proletarios porque tienen una comprensión más avanzada de las condiciones, de las formas y de los resultados de la lucha entre las clases, y sobre esta base la empujan siempre hacia delante. La interpretación del mundo no es el objetivo de los comunistas. Nuestro objetivo es la transformación del mundo. Pero los hombres tienen necesidad de representarse a sí mismos, de tener una concepción de aquello que hacen. La revolución socialista no es un hecho instintivo. Como Lenin ha enseñado con claridad («¿Qué hacer?»), la teoría que guía el movimiento comunista no surge en absoluto espontáneamente de la experiencia. Tienen que elaborarla los comunistas, que, a estos efectos, deben utilizar los instrumentos de conocimiento más refinados de los que la humanidad disponga. Los comunistas la llevan a la clase obrera que, por la posición que ocupa en la sociedad capitalista, está especialmente predispuesta para asimilarla y asumirla como guía de su acción. El movimiento comunista práctico puede crecer más allá de un nivel elemental solamente si es guiado por una teoría revolucionaria. Nuestra acción para transformar el mundo, en igualdad de otras condiciones, es tanto más eficaz cuanto mas exacta y avanzada es nuestra interpretación del mundo. Sólo con una concepción suficientemente correcta de la naturaleza de la crisis en la que estamos inmersos podremos desarrollar la revolución socialista, y la segunda oleada de la revolución proletaria llevará a la humanidad a superar definitivamente el capitalismo, a instaurar el socialismo en todo el mundo en el camino hacia el comunismo.

 

La interpretación que damos del mundo tiene gran importancia a efectos políticos, influencia nuestra actividad política; cuanto más exacta y cuanto mas avanzada es nuestra interpretación, tanto más eficaz es nuestra acción. Es por consiguiente preciso que los comunistas dediquemos el tiempo y la atención necesaria para verificar y mejorar nuestra concepción de esa crisis.

 

Todavia hoy muchos comunistas interpretan la actual crisis transponiendo al presente las interpretaciones que dio Marx de las crisis que afectaron a los países capitalistas en la primera parte del siglo XIX, como si la actual fuera de la misma naturaleza de las crisis decenales descritas por Marx; como si fuera una crisis como aquellas, sólo que ahora a escala mundial. Esta postura es una de las manifestaciones del dogmatismo que domina todavía en el movimiento comunista, haciendo estéril gran parte de su actividad e inútil su acción.

 

Las crisis cíclicas descritas por Marx en el Libro Primero de El Capital ya no existen: mejor dicho, se han transformado en oscilaciones cíclicas atenuadas por las clases dominantes gracias a las Formas Antitéticas de Unidad Social. Ya en el prefacio de 1886 a la edición inglesa del Libro Primero del El Capital, Engels hizo notar que la última de las crisis cíclicas del capitalismo, la última de las crisis de la naturaleza de las descritas por Marx, tuvo lugar en 1867, y que por el contrario, en 1873 los países capitalistas habían entrado en una depresión larga y dolorosa, de la cual aún en 1886 no se veía el fin.

 

Las crisis cíclicas pertenecen a la época pre-imperialista del capitalismo, época en la cual las relaciones económicas se caracterizaban por la libre competencia entre muchos capitalistas. Eran crisis económicas. Estaban determinadas por el curso anárquico de la economía, viniendo la solución de dichas crisis del mismo movimiento económico de la sociedad capitalista. El colapso de los negocios preparaba por sí mismo el terreno para el reinicio  de los mismos.  No por casualidad esas crisis eran cíclicas, de una duración en torno a un decenio. Con la entrada en la fase imperialista, las sociedades capitalistas se han dotado por un lado de ordenamientos a gran escala y de organismos que atenúan la amplitud de las oscilaciones cíclicas de la actividad, y en particular atenúan con diversos «amortiguadores sociales» el efecto sobre las masas populares de  la caída de esa actividad: las Formas Antitéticas de Unidad Social, que Marx había ya descrito en los Grundisse. Por otra parte, dan comienzo las crisis generales del capitalismo. Son estas crisis que tienen su base en la sobreproducción absoluta de capital. En que consiste esto lo explica Marx en el capítulo 15 del Libro Tercero de El Capital: los capitalistas han acumulado demasiado y en el contexto político y social existente no pueden ya continuar acumulándolo y valorizándolo produciendo mercancías. El contexto político y social existente debe ser puesto patas arriba y sustituído por otro. Y es solamente de este trastorno político y social (y cultural) de donde viene la solución de la crisis general. La solución no viene de la anarquía de las transacciones económicas, ni de las medidas económicas tomadas por los gobiernos y otras instituciones. Es así como la crisis económica se transforma en crisis política y cultural.

 

La larga depresión de la que hablaba Engels en el prefacio de 1886 provoca el reparto del mundo entero entre las principales potencias (la Conferencia de Berlín se celebra a caballo entre 1884 y 1885), introduciendo al mundo en la fase imperialista del capitalismo: la época en la que las relaciones económicas ya no se caracterizan por la libre concurrencia entre muchos capitalistas, sino por la supremacía de los monopolios en el campo de la producción de mercancías y por el predominio del capital financiero sobre el capital empleado en la producción de mercancías (Lenin, «El imperialismo, fase superior del capitalismo»). Es la época en la que el capitalismo ha agotado su papel civilizador y se ha convertido en parasitario, en la que la burguesía de los países capitalistas se ha alineado políticamente y unido con las fuerzas feudales residuales (en particular en Europa, con la Iglesia Católica, auspiciando el Vaticano a León XIII), y en el campo político y cultural se convierte en antidemocrática, reaccionaria, militarista y represiva, coaligándose en las colonias con las fuerzas feudales y dividiendo el mundo en países imperialistas y en países oprimidos: la época del capitalismo en decadencia.

 

La primera crisis general auténtica y propiamente dicha de la época imperialista tuvo lugar en la primera mitad del siglo pasado. Llevó a la humanidad a las dos guerras mundiales y creó la larga situación revolucionaria que abarca toda la primera parte de ese siglo. En todo el mundo fue un período de inestabilidad de los regímenes políticos. En su ámbito se desarrolla la primera ola de la revolución proletaria mundial, que creó los primeros países socialistas y el mismo movimiento comunista en todo el mundo. Un gran avance, aunque terminara con una derrota temporal: algo desterrado de la comprensión y del horizonte mental no sólo de los portavoces declarados de la burguesía y del clero, sino también de los troskistas y de la “izquierda no comunista”.

 

Una de las principales causas por las que el movimiento comunista no consiguió instaurar el socialismo en los países imperialistas, poniendo así definitivamente fin al socialismo, consiste precisamente en la inadecuada comprensión por parte de los partidos comunistas de esos países imperialistas de la naturaleza de la crisis general en curso y de sus bases económicas. A pesar de los avances teóricos y las enseñanzas de Lenin y de Stalin, esencialmente en los países imperialistas los partidos de la Internacional Comunista quedaron anclados en las interpretaciones que Marx había dado sobre las crisis económicas cíclicas que los países capitalistas atravesaron durante la primera parte del siglo XIX. Todos los análisis de E.S. Varga, el principal economista de la Internacional Comunista,  quedaron en ese ámbito. Describen las oscilaciones del movimiento económico, no el fenómeno general de un largo período, y mucho menos la crisis política y social (y cultural) que de ahí deriva y de donde viene la solución de la crisis general. Los partidos comunistas de los países imperialistas no llegarán así a cumplir su tarea, a pesar de su gran desarrollo, el heroísmo de millones de militantes y su empeño histórico en la lucha victoriosa contra el fascismo. La burguesía imperialista logró conservar el poder en los países imperialistas. Gracias a las perturbaciones producidas por las dos guerras mundiales y de los movimientos sociales, políticos y culturales que las acompañaban, esa burguesía pudo reemprender durante algunos decenios (1945-1975) la acumulación de capital y reiniciar a gran escala, ensanchándola, la producción de mercancías. Por el contrario, el impulso proporcionando al progreso de la humanidad por la primera oleada de la revolución proletaria fue atenuándose hasta perderse prácticamente.

 

El revisionismo moderno tomó la dirección del movimiento comunista, corroyéndolo y disgregándolo a gran escala, haciendo retroceder a los primeros países socialistas, llevándoles al sometimiento hacia los países imperialistas y a depender de ellos, hasta su quiebra. La lucha que los comunistas guiados por Mao a la cabeza del Partido Comunista chino opusieron al revisionismo moderno y a su obra destructora, no basta para detener el declive del movimiento comunista, pero y en particular gracias a la Gran Revolución Cultural Proletaria, ha proporcionado grandes enseñanzas a todos los comunistas capaces de recogerlas. Gracias a eso el movimiento comunista está renaciendo en todo el mundo, luchando contra el dogmatismo y el economicismo que todavía frenan su ímpetu y su renacimiento.

 

El mundo capitalista ha entrado en su segunda crisis general a partir de los años setenta del pasado siglo. El capitalismo no pudo evadirse de la sobreproducción absoluta de capital: esa es el límite a su desarrollo, el límite intrínseco del capitalismo mismo. El capitalismo se estrella contra este límite de forma inevitable. Han bastado los treinta años que siguieron a la segunda guerra mundial para que la burguesía se encontrara con una nueva crisis general, pero ahora con las en parte nuevas condiciones creadas por la primera ola de la revolución proletaria y por su declive. Una vez más, la burguesía había acumulado demasiado capital y ya no podía continuar, en el contexto político y social creado durante la primera crisis general, valorizarse mediante la producción de mercancías por parte de todo el capital acumulado.

 

La inclusión en el sistema imperialista mundial de gran parte de los primeros países socialistas, en particular de China y de Rusia, ha modificado parcialmente la situación pero no ha modificado sustancialmente el curso de las cosas. La crisis ambiental se ha añadido por vez primera a la crisis general del capitalismo y las dos crisis juntas determinan las condiciones objetivas bajo las que se desarrolla el renacimiento del movimiento comunista y el avance en todo el mundo de la segunda ola de la revolución proletaria. Esta continuará avanzando, porque la especie humana es una especie dotada de inteligencia. En el transcurso de su milenaria evolución, de un estado similar al de otras especies animales hasta el estado actual, ha sabido resolver todos los problemas de su propia supervivencia. Hoy ya tiene los instrumentos materiales, morales e intelectuales tanto para superar el capitalismo e instaurar el socialismo como para poner fin a la devastación y al saqueo producto del capitalismo, mejorando decididamente las condiciones naturales del planeta. El marxismo-leninismo-maoísmo es la concepción revolucionaria del mundo que guía el renacer del movimiento comunista. Solo gracias a esta concepción podrán los partidos comunistas transformarse y crecer, hasta estar a la altura de las tareas que deben desarrollar.

 

Para formar partidos comunistas adecuados a los objetivos históricos de esta fase, es indispensable una correcta y adecuada comprensión de la naturaleza y de las causas de la nueva crisis general y de las condiciones de su solución, al igual que es indispensable un correcto balance de las experiencias de cerca de 160 años de historia del movimiento comunista, en particular de la experiencia de las primeras oleadas de las revoluciones proletarias y los primeros países socialistas. Esto es el marxismo-leninismo-maoísmo. Y por ello, la lucha por su afirmación es el aspecto principal del internacionalismo proletario. La principal ayuda que cada partido comunista puede dar a los otros es la de contribuir a la comprensión, a la asimilación y a la afirmación de la teoría correcta de la crisis general, y el correcto balance del movimiento comunista, a efectos de que cada partido extraiga sus conclusiones para la construcción de la revolución socialista en su propio país, tomando en cuenta sus particulares características, contribuyendo así a la común tarea de la revolución proletaria mundial.

Una de las conclusiones universales mas importantes es que la revolución socialista, por su naturaleza no es una revuelta popular que estalla, aprovechándola entonces el partido comunista, que se ha preparado para el evento para tomar el poder e instaurar el socialismo. La revolución socialista no es un suceso que explota. Todavía hoy muchos comunistas piensan que la revolución socialista puede estallar si se combinan cuatro factores:  1) el empeoramiento de las condiciones económicas y sociales 2) el aumento de las penurias a las que las masas populares son sometidas por la burguesía 3) la propaganda revolucionaria efectuada por los partidos comunistas 4) la organización de las masas populares (en torno a partidos comunistas, sindicatos, etc.). Pero, dada la naturaleza de la revolución socialista, esto no es posible. Los comunistas que esperan que la revolución socialista estalle seguirán perpetuamente frustrados hoy, como lo fueron en el pasado. Algunos llegarán a conclusiones totalmente reaccionarias: atribuirán al  atraso y a la cobardía de las masas populares, a la naturaleza de las clases oprimidas lo que es principalmente el efecto del atraso  de los partidos comunistas. Ya en 1895, en su Introducción a «La lucha de clases en Francia de 1848 a 1850», Engels indicaba que, a diferencia de las revoluciones burguesas, la revolución socialista por su naturaleza no estalla, sino que debe ser construida por el partido comunista. Como Lenin y Stalin («Principios del leninismo») han enseñado, con la construcción de las grandes organizaciones de masas de la clase obrera y de las otras clases de las masas populares, la II Internacional (1889-1914) había contribuido a la construcción de la revolución socialista en los países capitalistas. Pero la mayor parte de los partidos que la componían no estaban guiados por una acertada concepción del mundo, y en particular, de la crisis general del capital, de las situaciones revolucionarias de larga duración que la misma generaba, y de la naturaleza de la revolución socialista. Esperaban que la revolución socialista estallara, en lugar de construirla fase tras fase, campaña tras campaña, como una guerra popular revolucionaria que desemboca en cada país en la instauración del socialismo, y así, en combinación con las revoluciones construidas en otros países, en la revolución proletaria mundial. Asumían por el contrario como su único deber o en cualquier caso principal la movilización de las masas populares en luchas reivindicativas, su organización cultural y su participación en la lucha política burguesa, convencidos de prepararse de esta manera para “aprovechar la ocasión” de la revolución que estallaría. En los países imperialistas los partidos de la Internacional Comunista (1919-1943, pero disuelta de hecho en 1956) han recorrido, a un nivel superior de organización y de lazos internacionales, el mismo camino. Muchos partidos comunistas, especialmente de los países imperialistas, están hoy todavía aferrados a esta concepción de los objetivos, que la propia experiencia de la primera onda de la revolución proletaria ha demostrado ser inadecuada. El dogmatismo y el economicismo son los principales frenos al renacimiento del movimiento comunista. Aquello que los dirigentes no entienden, las masas populares, especialmente los obreros avanzados, lo sienten a su manera: de hecho, no se adhieren a los esfuerzos de los nuevos partidos dogmáticos y economicistas (aunque esos partidos se declaren con total sinceridad revolucionarios, marxistas-leninistas e incluso maoístas) que les quieren inducir a recorrer el camino que la experiencia ha demostrado ser equivocado.

 

En 2008, con el inicio de la crisis financiera en EE.UU., la segunda crisis general ha entrado en su fase terminal. También en los países imperialistas mas ricos (en EE.UU., en la Unión Europea, en Japón) un creciente número de trabajadores, millones y millones, son puestos en la calle, y se añaden a la enorme masa, centenares de millones, de trabajadores de los países oprimidos contra los que desde hace décadas la burguesía imperialista está dirigiendo en todo ángulo del planeta una guerra de exterminio a gran escala aunque no declarada. Los Estados imperialistas no pueden permitirse retrasar hasta el infinito el subsidio de paro y otras formas de amortiguación social, porque sus déficits, los préstamos a los que recurren y sus deudas trastornarían después el sistema monetario y financiero, sistema a cuya inestabilidad y quiebra deberían por el contrario poner remedio, al ser el sistema monetario y financiero el soporte de todo su mundo. Así, la fase terminal no puede prolongarse mucho tiempo.

Dada la naturaleza de la actual crisis, la misma no admite “vías de salida hechas sólo y principalmente de medidas económicas”. No basta que los Estados creen condiciones que hagan vislumbrar aquí ó allá a los capitalistas mayores beneficios en la producción de mercancías que en la especulación financiera: es la solución apoyada por la derecha burguesa moderada. No basta tampoco que los Estados distribuyan beneficios monetarios a las clases que, seguramente, las gastarán en el consumo: esta es la solución apoyada por la izquierda burguesa y por aquellos comunistas que piensan que la crisis actual es de la misma naturaleza que aquellas crisis cíclicas del siglo XIX, y que ahora evidentemente, contra toda evidencia, mantienen que la crisis general de la primera parte del pasado siglo se resolvió gracias a las políticas keynesianas de los Estados burgueses.

 

De la crisis actual sólo se sale con un profundo cambio político y cultural, creando un contexto social diferente. En lo esencial, a corto plazo son posibles dos y sólo dos vías de salida, en todos y cada uno de los países y a nivel internacional.

 

O la movilización revolucionaria de las masas populares dirigidas por los partidos comunistas a la altura de los correctos objetivos, es decir, de partidos que osan pensar que la revolución socialista es posible y que comprenden que corresponde construirla a los comunistas campaña tras campaña, como una guerra popular revolucionaria de larga duración, hasta la instauración del socialismo.

 

O la movilización reaccionaria de las masas populares. De hecho, también la burguesía imperialista y las otras clases reaccionarias están en búsqueda de una salida a la situación actual, tienen necesidad de ello y lo conseguirán, si no se lo impedimos a tiempo. En definitiva, para los grupos burgueses decididos a bloquear la movilización revolucionaria y a impedir la desaparición de su mundo, la única vía realista y practicable de salida es movilizar en sus países aquella parte de las masas populares que consigan movilizar bajo su dirección, para enfrentarla al resto de las masas populares y arrastrar al conjunto al saqueo del resto del mundo: la guerra imperialista. Esa sería la continuación con otros medios de la política que han realizado hasta hoy. La crisis ambiental y la crisis general del capitalismo se combinan y proporcionan a los grupos burgueses más clarividentes, más decididos, más aventureros y más criminales pretextos adecuados para movilizar masas contra masas, países contra países, coaliciones contra coaliciones.

 

La interpretación que damos de la crisis es, por consiguiente, un factor decisivo. Il (n)PCI (Nuevo Partido Comunista italiano) llama a los comunistas de todo el mundo, pero particularmente a los de los países imperialistas a unirse en torno a una correcta concepción de la crisis actual y de nuestras tareas.